El día de ayer terminó con la llegada de Madre Ángeles a la comunidad de Consuelo, después de pasar unos días en España. Una gran alegría para gran parte de los presentes, los que ya la conocemos. Lástima que rápidamente tengamos que seguir con los preparativos del día de hoy.
Hoy es el último día completo que pasaremos en la isla, y lo dedicaremos a visitar a la patrona dominicana y a visitar un enclave turístico de la zona. Nos levantamos más temprano de lo habitual, ya que la basílica catedral de Nuestra Señora de la Altagracia se encuentra en Higüey, algo más de una hora de trayecto, y la eucaristía comienza a las 8:30.
El trayecto de ida es tranquilo, algo extraño, cuando ya nos hemos acostumbrado al bullicio y el tráfico. También influye la inminente partida de vuelta a nuestra vida cotidiana.
Una vez ante la basílica, la primera sensación es un tanto de decepción, ya que el templo es un elemento muy nuevo, construido de hormigón, gris, con zonas pintadas de azul. A nuestros ojos, y acostumbrados a otro tipo de catedrales, nos resulta extraño.
Una vez cruzado la entrada, todo cambia, un gran templo con planta de cruz latina y amplios espacios se abre ante nosotros, muy luminoso, lleno de vidrieras de amplio espectro cromático, y unos arcos que, una vez adorada a la imagen de la Altagracia, cobran sentido, ya que representan sus manos en actitud de oración.
Parece que las lecturas del día van en consonancia con la evaluación del proyecto, con lo primero que sacamos en claro durante este mes: poco se necesita para ser feliz. La avaricia y el afán acaparador, de ser más, de tener más… no sirve sino para crear conflictos, con nuestro entorno, y con nuestro ser interior.
Una vez finalizada la eucaristía y la visita al templo, nos dirigimos a una zona turística de la isla, a Bayahibe, un pueblo de tradición pesquera, que actualmente vive principalmente del turismo, donde una cuerda separa la exclusividad, de la realidad.
Nada mas llegar, nos quedamos fascinados por la belleza del paisaje que se abre ante nuestros ojos. Estamos en la Playa Pública de Bayahibe, repleta en este domingo por familias y grupos que han ido a pasar un día de playa. Nuestro ligero bronceado no nos sirve para camuflarnos entre tanto moreno local.
Durante nuestra visita, aprovechamos para comer en este idílico paraje, así como para compartir en equipo las experiencias del proyecto, las expectativas antes de venir y lo que realmente nos hemos encontrado. Un rato de coloquio distendido y enriquecedor entre los voluntarios que aún quedamos por aquí, ya que Nacho y Almudena han llegado hoy a España.
Emprendemos el viaje de regreso a la comunidad, nuestra casa, con la idea de llegar a la hora habitual de cenar y poder compartir un rato con nuestras Madres, así como preparar algunas mochilas para las becas, terminar de organizar medicamentos, material sanitario y ropa que aún nos queda por repartir, para que todo llegue a los destinos adecuados en los próximos días. Nos ha quedado tiempo, para echar también en nuestras maletas de vuelta a casa el precioso atardecer que nos ha regalado la isla.
Durante la cena, ha sido Madre Ángeles la que ha tomado la palabra, ya que el resto, quizás un poco apesadumbrados por compartir nuestra última cena juntos, no estábamos muy parlanchines. Nos ha contado multitud de anécdotas y experiencias que ha vivido a lo largo de sus casi 40 años como docente en las escuelas concepcionistas de Sabana de la Mar y Consuelo. Al final, ha conseguido dibujar más de una sonrisa en nuestros rostros.
Un día, o fin de semana, de muchos contrastes. La alegría de recibir a un nuevo miembro en la comunidad, frente a la tristeza de la inminente despedida; la añoranza de nuestros estudiantes en contraposición de las ganas de reencontrarnos con nuestras familias; el apabullante lujo de los resorts para turistas, cuando cruzando el elemento delimitador, solo hay pobreza y necesidad.
Pero no sabríamos decir quien es más rico, si aquel que acapara y disfruta del lujo que la isla ofrece, o aquel que tiene lo justo, o tal vez un poco menos, para vivir. En nuestra experiencia de hoy, tan solo una cuerda separa la playa pública de la playa de un lujoso hotel, pero el jolgorio, la alegría y las ganas de vivir y disfrutar, no estaban con la exclusividad, sino al otro lado de la cuerda.