Pensábamos que el viaje más largo iba a ser el de nuestros compañeros que viajaban a Filipinas, pero nuestro grupo ha tardado, ni más ni menos, que 43 horas en llegar a Bata desde que pusimos, por primera vez, el pie en el aeropuerto de Barajas. Toda esta aventura, cortesía de la aerolínea Ceiba. ¡Elígela para tus vacaciones!
Nuestra aventura comenzó incluso días antes, cuando Ceiba cambió el vuelo de las 9 de la mañana a las 12 de la noche, con lo cual perdíamos el vuelo de conexión que teníamos ya reservado de Malabo a Bata, con el consiguiente cambio de billetes, penalización incluida. El día de nuestra supuesta salida, esperando para la facturación, escuchamos que habían cancelado un vuelo de Ceiba dos días antes y la mayoría del pasaje estaba esperando para embarcar en el nuestro, con lo cual, había muchas posibilidades de que hubiera overbooking. ¿Nos tocaría a nosotros? Llegamos al puesto de facturación, entregamos nuestros pasaportes, facturamos una maleta y… ¡plaf!, ¡ya no aceptan más pasajeros! Sólo pueden viajar 3. ¡Somos 8!¡Noooooooo! Tuvimos un tira y afloja con el personal del aeropuerto, pero no hubo manera. Decidimos esperar al siguiente vuelo, que saldría 24 horas más tarde, pero antes teníamos que solucionar el tema del vuelo de Malabo a Bata y recuperar la maleta facturada antes de que la subiesen al avión. Al final, después del disgusto inicial, que no nos lo quitó nadie, salimos ganando: nos dieron el vuelo gratis de Malabo a Bata, aunque lo teníamos con otra compañía; en lugar de tener que esperar 10 horas en Malabo, ya sólo tendríamos que esperar dos, y nos llevarían al Marriot para esperar al siguiente vuelo. Madrid-Malabo con escala en el Marriot. ¡No nos podemos quejar! Pasada la medianoche, en lugar de coger el avión, cogimos el autobús que nos llevaría al hotel. Allí, después de “llorarlo” también, conseguimos que nos dieran la cena, porque estábamos que nos comíamos a los del aeropuerto por los pies. Eso sí, tardaron lo que no está escrito. Y así, a las mil y gallo, pero bien cenados, decidimos poner al mal tiempo, buena cara, lo cual no es muy difícil en una habitación de hotel de 4 estrellas. Dormimos más anchos que largos, lo cual nos vino estupendamente a todos y pasamos un día de lo más relajado, con buffet y piscina incluida.
Para que no nos la volvieran a colar, nos fuimos volvimos al aeropuerto una hora antes de que abriesen la facturación, y allí estuvimos, los primeros de la fila, tratando de pasar el tiempo lo mejor posible entre paseos por los pasillos y juegos de cartas. Y, sí, esta vez conseguimos embarcar, pero, como no podía ser que todo fuera sobre ruedas, el avión salió casi con una hora de retraso, lo cual nos iba a dejar con el tiempo super justo para hacer la conexión en Malabo, porque sólo era de 2 horas.
Por fin pisamos tierra guineana en Malabo, a las 6:00 de la mañana, y a las 7:00 salía nuestro avión para Bata. Teníamos que pasar inmigración, recoger maletas y volver a facturar. Misión imposible. Mientras el grupo recogía maletas, Ana Rosa fue buscando dónde hacer la facturación, para que tuvieran en cuenta que había 8 personas que tenían que ir en el siguiente vuelo a Bata. La sala de facturación parecía Primark en el primer día de rebajas. ¡Indescriptible! Conseguimos todas nuestras maletas y allí fuimos, con un nudo en el estómago porque veíamos que iba a ser totalmente imposible que, con tal cantidad de gente, pudiésemos facturar a tiempo para irnos en el vuelo de las 7:00. Pero la Divina Providencia cuida de nosotros, aunque nos hace sudar de lo lindo, porque resultó que se había caído el sistema y estaban haciendo todas las tarjetas de embarque a mano -¡waka, waka, porque esto es África!- con lo cual, el avión no salió hasta 3 horas más tarde de lo previsto.
Por fin entramos en el avión que nos llevaría a Bata y, para no terminar con tan mal recuerdo de Ceiba, nos pusieron en business. Lástima que el vuelo era de media hora, pero en business fuimos. Al llegar al aeropuerto de Bata -¡aleluya!- nos estaban esperando las hermanas Mari Luna y Nsimba, con el profesor Benjamín, para llevarnos a Evinayong.
El camino hasta Evinayong nos permitió, a unos más que otros, a causa del sueño, comenzar a disfrutar ya de los exuberantes paisajes de este país. Llegamos a Evinayong y las hermanas Martina y Patricia ya nos esperaban con la comida preparada.
El resto del día organizamos cómo íbamos a distribuir el horario y las clases y nos lo tomamos con mucha calma, porque, después de lo que nos había costado llegar a Evinayong, ya todo nos parece fácil.