Último sábado de nuestra misión en Venezuela, pero no por eso iba a ser igual al resto de los sábados.
Ayer nos fuimos a dormir tras haber sido asaltados en nuestra propia casa. Bueno, a ver… asaltados, asaltados, tampoco, pero habíamos traído 14 zumos que sobraron del colegio para poder llevarlos fresquitos en nuestra odisea de vuelta a España.
Los dejamos en la nevera a las 13:00, salimos a Morichal Verde a las 15:00, y cuando volvimos a las 18:00 ya no estaban. No entendíamos nada. M. Socorro nos juraba que no los había regalado a la gente que pasaba por casa (es tan buena, que ése fue nuestro primer pensamiento). Tras una investigación digna del FBI, dedujimos que habían sido unos niños que habían venido a la casa a por agua antes de que nosotros saliéramos a Morichal Verde. “Se tuvieron que colar en la casa cuando dejamos a Socorro sola, abrieron la nevera y se llevaron los 12 zumos que faltaban”. Ésa fue nuestra conclusión final.
Esta mañana, al ir a misa temprano, fuimos testigos de la escena del crimen. Apenas 100 metros de la casa, ahí estaban los bricks de zumo tirados en la calle. Nuestras sospechas eran ciertas…
Aprovechando que teníamos que ir al colegio a recoger y organizar todo el material que habíamos traído, pasamos a visitar a nuestros amigos, los asaltadores de neveras, quienes rápidamente confesaron delante de sus padres.
Volvimos a casa y nos pusimos a hacer las cosas típicas de sábado: barrer, fregar y poner música. Al rato, llegó el capitán (una suerte de patriarca que tienen las comunidades indígenas) con los niños cabizbajos. Los hizo sentarse y pedirle perdón a Socorro; además, les hizo pagar su deuda ayudándonos a limpiar el patio exterior de hojas y hierbas. Una ayuda que recibimos con gusto, nos tomamos una cervecita mientras nos recogían el patio, y tan felices.
Saldada la deuda y resuelto el misterio de los zumos, por la tarde solo nos quedaba ir a visitar la comunidad “Las Flores” para compartir la Palabra de Dios.
Para algunos de nosotros fue algo nuevo, porque, acostumbrados a siempre escuchar la Palabra y las reflexiones de boca de un sacerdote, explicar el Evangelio a otras personas se nos hizo raro. Pero, al final, Dios actúa y su mensaje llega, de una manera u otra; hoy tocó que fuera a través de nosotros. “El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna.” Nos ha venido bien el Evangelio de hoy para predicarlo porque precisamente todo este mes que llevamos aquí lo que hemos intentado hacer es entregar nuestra vida. Todo ha salido bien, y hemos pasado una tarde estupenda.
Terminamos la noche con una bellísima adoración al Santísimo en la capilla, y una cena súper enriquecedora donde se habló de todo lo que hemos vivido hoy.
Cuánta suerte tenemos de estar viviendo lo que estamos viviendo. ¡Mañana, último domingo!