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Los Europeanos vuelven a casa

02 de agosto de 2024

Hoy ponemos fin a esta aventura que hemos vivido en Guinea Ecuatorial. Con mezcla de emociones… Por un lado, alegría de volver a encontrarnos con nuestros familiares y amigos, y por otro lado, cierta melancolía de dejar atrás un país, un pueblo, una gente que nos ha robado el corazón, por su humildad, por su alegría, por su agradecimiento.

Es mucho el esfuerzo que hemos puesto, hemos dejado una parte de nosotros en Evinayong, pero al mismo tiempo es mucho lo que nos llevamos, como las personas con las que hemos convivido:

Nuestros alumnos, con los que hemos compartido la mayor parte de nuestro tiempo. Pedimos por ellos, por qué aprovechen la oportunidad de recibir una educación en valores, y porque nunca dejen de luchar, a pesar de la dureza de sus vidas.

Aquellas personas mayores que visitamos, que por un pequeño instante no sintieron la soledad, el hambre o el dolor.

El poblado de Mbe, que trabaja la tierra para dar de comer a sus familias y sale a la selva a cazar para comer. Dónde los jóvenes agradecen la oportunidad de aprender , dónde los niños sueñan con tener su propio balón, dónde nos agradecieron nuestra visita con aquello que más les falta que es el alimento, pero como decían siempre, «Dios proveé, y hay que ser agradecidos».

También aquellos guineanos que nos han ayudado en casa como Pascual, Constance o Mamá Anastasia, gente que habla con sus manos, porque en sus manos puedes ver el trabajo que realizan para sacar a sus familias adelante, y siempre con una sonrisa.

Las Hermanas Wivine, Rachel y María Jesús por su disposición y vida entregada al servicio de los demás. Nos han tratado como si fuésemos sus hijos, y nos hemos reído mucho con ellas, con sus anécdotas, con sus cotilleos, con sus palabras llenas de fe y verdad.

Ahora llega el momento de dar testimonio, de contar a los demás el privilegio de comer, de ducharse, de tener un hogar, de recibir una educación, porque damos las cosas por hechas cuando la realidad de muchas personas es bien distinta… Y ahora muchas de estas personas no son desconocidas para nosotros, si no que es gente que nos ha dado su tiempo, su cariño. Ponemos cara, nombre y apellidos al sufrimiento.

Pedimos a Dios por todos ellos, y Le damos gracias por está experiencia, que toca el corazón, que abre los ojos y al mismo tiempo genera una esperanza de que con muy poco, se pueden hacer grandes cosas.

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