La mayoría ya no necesita despertador. O bien las campanas o bien las riñas de Loquita y Sin Nombre, nuestros perros, nos despiertan cada mañana. Tras desperezarnos y quitarnos las legañas, acudimos a la iglesia de San José, donde vivimos la espiritualidad de la comunidad. Un momento de paz previo al ajetreo del desayuno, de servir y fregar cada grupo y de la jornada que se nos plantea. Las madres Martina y Patricia, siempre solícitas a quitarnos trabajo, nos alivian cuando vamos apurados de las tareas del hogar para tener tiempo y preparar las clases.
Las que saben enseñar, hacen su arte. Los grandes admiran cuánto sabe la profe de mates, Andrea. Los que no están tan experimentadas, aprenden a trancos. No hay tiempo para vacilar. O ellos o tú, y tienen que ser ellos. Algunos darán más guerra, pero por encima de todo, conmueve las ganas de aprender que tienen. El pasotismo en los niños, sobre todo en los adolescentes, creo que es inevitable en algunos, pero la curiosidad que brilla en los ojos de otros nos anima a todos.
Hoy no ha llovido: toca la jungla del recreo. Entre los pequeños de 3º y 4º de primaria hay acróbatas que serían la envidia de muchos espectáculos. Dan dos, tres y hasta cuatro vueltas en el aire. Los más pequeños se encariñan de sus profes tan rápido… Lucía apenas podía moverse, rodeada de los suyos. La pequeña Dorotea abrazando a Julia. Y los más grandes preguntándote cosas de España. Sobre todo quieren ver fotos de nuestras vidas allí, y persiguen a Magdalena para que les enseñe.
Hora de talleres: ha habido una accidentada en el de deportes. Francisca. La hemos curado como hemos podido, porque tenemos que ser y hacer de todo. Estaba asustada, pero tan pronto ha vuelto con los demás, ya corría como loca. Son fortísimos, muy astutos, auténticos, y ríen y gruñen felices. No dejan de enseñarnos.
Hemos ido a un poblado, Movum. Para ello, hemos comido rápido y terminado de ordenar el material médico que donasteis, sumándolo a comida.
Para llegar a Movum hay que coger la autovía, y pasar una barrera de la policía. Las hay de tanto en tanto. Con bidones y cañas. Por eso hay que ir en estos desplazamientos con el pasaporte. Al llegar a Movum, que está en una ladera aterrazada, algunas caritas tímidas aparecían tras esquinas y quicios de puertas. Hemos subido hasta la escuela. Humilde, pequeña, con niños de todas las edades. Cuando Ana Rosa y Mari Luna han entrado, un mar de ojos brillantes no les han abandonado en ningún momento. A todos. Con sus guitarras hemos cantado varias canciones.
El pelo de Magdalena y de Andrea causa furor entre las pequeñas. Tras terminar los cantos al Señor, hemos salido a las afueras y nos hemos repartido en varias actividades. Julia y Almudena con la comba; Magdalena y Lucía con juegos para los más pequeños; Enci al fútbol con los grandes; Andrea de aquí a allá, echando una mano e inmortalizando con la cámara las decenas de sonrisas; y Daniel al fútbol también, pero con los medianotes. Con tan poco, se lleva alegría, se lleva amor, se hace misión. Cuando nos íbamos en el Toyota de las madres, varios niños corrían tras el coche para despedirnos. Todos nos hemos llevado recuerdos maravillosos.
Y hablando de maravillas, en el momento de recogimiento y oración, hemos hablado de maravillas en nuestras vidas, y los nuestros han estado presentes. Tras una merecidísima cena, hemos hablado de vocaciones, y de lo que África, o Dios, te puede dar o quitar.