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Vivir más con menos

21 de julio de 2019

Hoy volvemos a separarnos de nuestros compañeros voluntarios en Dilaire (aunque parece que pronto volveremos a reencontrarnos). Ha sido un fin de semana muy intenso que no nos ha dejado indiferentes, una de esas veces que te quedas descolocado.

Comenzamos el día temprano, no puede ser de otra manera: sale el sol y hay que aprovechar hasta el último rayo de luz, y de esperanza. Nosotros, el grupo de República Dominicana, vamos mas acelerados, puesto que tenemos que recoger todo, y comenzar nuestro viaje de regreso.

Una vez desayunados y la furgoneta cargada, nos volvemos a despedir de nuestros compañeros, deseando que terminen de la mejor forma posible su labor en Haití, que será a lo largo de esta próxima semana.

Por nuestro lado, no podemos dejar pasar la oportunidad de asistir a los oficios religiosos dominicales con los matices tan particulares de este país. Por ello, nos sumamos a la misa de la parroquia, donde somos bien acogidos por la comunidad.

Como no puede ser de otra forma, al finalizar la misa, ya fuera del templo, acabamos rodeados de niños. Para ellos somos algo exótico, que no pasa desapercibido, y sienten mucha curiosidad.

Toca enfrentarse otra vez al cruce de la frontera, esta vez, sin mercado, y todo es bastante más fluido, por lo que en algo menos de una hora, tenemos todos los trámites y sellos en su sitio. Ahora sí, ponemos rumbo a nuestra comunidad.

Dado que el viaje es largo, hacemos dos paradas que aprovechamos para visitar 2 lugares emblemáticos de República Dominicana: el Monumento a los Héroes de la Restauración, en Santiago de los Caballeros, y la Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes (patrona de República Dominicana), en el Santo Cerro.

El último tramo del viaje lo realizamos en la guagua pública, desde Santo Domingo al Municipio de Consuelo. No ha estado nada mal, 12 horas de viaje.

¿Que nos traemos de este fin de semana de convivencia? Difícil respuesta. Han sido tan solo unas horas que no han servido para sumergirse en la cultura local y conocer en profundidad la vida de estas gentes. Aún así, ha sido una experiencia apabullante, ver como se puede hacer tanto con tan poco, descubrir que se puede vivir sin un grifo del que sale agua siempre que lo giras, sin un bombillo que se enciende al pulsar un botón, sin internet, sin…

Por momentos nos preguntamos que hace tanta gente constantemente en la calle,yendo y viniendo, aparentemente sin un rumbo definido, que hacen para sobrevivir al día a día, a la agresividad del paisaje que les rodea, a la ausencia de casi todo. Pero no obtenemos respuesta.

Todo ello se ve, a la vez, agravado y difuminado, cuando nuestros ojos se topan con la mirada de cualquiera de estos niños, no conocedores de otra realidad más que la suya, la que les ha tocado vivir. Su mayor ilusión durante estos días de Proyecto Misionero es estar con los voluntarios, sentir que hay quien viene desde muy lejos para estar con ellos, para intentar enseñarles algo (académicamente hablando), para jugar con ellos, para devolver esas sonrisas y miradas cómplices… En definitiva, para aprender de ellos, aprender a vivir más con menos.

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